«Si algo hice en la vida meritorio, se habrá incorporado a el común acervo del sentir y el pensar, como toda obra educadora, única fecunda y real permanencia de la tarea humana y, si nada vale la pena de ser conservado, como afirman mis competidores y adversarios irreconciliables, mi obra pasará, impresa o no, y será desvanecido en el tiempo lo que conservar se ha querido, como todo cuanto careciendo de belleza y de razón, no sirve, sino circunstancial y ocasionalmente, a los primordiales fines de la vida.» —Antonio Zozaya (1859-1943), en Ideogramas, 1927.
Fue en el verano de 2019, leyendo Días de horca y cuchillo de Alfredo Muñiz, que me encontré por primera vez con su nombre. El 21 de marzo de 1936, don Pedro Rico, el por aquel entonces alcalde de Madrid, opulentamente gordinflón, adornó las solapas de tres de cuatro ilustres madrileños con la Medalla de Oro de la capital. Es el mismo Pedro Rico que apenas siete meses más tarde huiría dos veces de Madrid: la primera, infructuosa, unos milicianos lo detuvieron en Tarancón y lo obligaron a volver a Madrid para seguir al frente de la ciudad; la segunda, vergonzante, oculto en el portaequipajes del Nili, el banderillero del famoso torero que Manuel Chaves Nogales inmortalizó en la mejor biografía que de él existe. Pues bien, aquella mañana del sábado 21 de marzo de 1936, cuatro meses antes del comienzo de la Guerra Civil, las regordetas manos de don Pedro condecoraron a tres ilustres: José Ortega y Gasset, Antonio Zozaya y Luis de Tapia. El cuarto ilustre, Roberto Castrovido, pobre, enfermo y con una pierna amputada en 1932, al parecer no pudo asistir al acto. Recuerdo que al leer aquellos nombres, hubo uno que me llamó la atención por la sonoridad del apellido: Zozaya. La «zeta» es la última letra del alfabeto, y para esa minoría de hispanohablantes que la pronunciamos metiendo la lengua entre los dientes, sin confundirla con la «ese» —»Zo Za Ya» y no «So Sa Ya»—, su sonoridad frota el ensalmo. ¿Quién sería ese preterido Zozaya al que Alfredo Muñiz se refería como «articulista, liberal y demócrata de toda la vida» condecorado nada más y nada menos que al lado de Ortega y Gasset? Sin desmerecer los méritos de los otros tres galardonados, me dio por tirar de ese hilo de la curiosidad que en ocasiones nos ofrece a los ojos la lectura de algún libro. Y tiré de Zozaya.
Actualmente, la Internet satisface fácilmente a la persona curiosa si esta tiene un mínimo criterio para filtrar con acierto toda la información de que se dispone. Y no es que esta abunde en el caso de don Antonio Zozaya, más bien al contrario; pero gracias a mis pesquisas internéticas pude averiguar en un par de días ciertas cosas que hace 20 años me hubieran costado meses, si no años, de investigación. Para empezar descubrí que Zozaya es también el nombre de un caserío en la comarca navarra de Baztán y que tampoco en euskera está claro el origen del término zozaia. Pero volvamos a nuestro ilustre caballero, don Antonio Zozaya You. Si singular era el primer apellido con zeta, el segundo con «i griega» apenas le anda a la zaga. Hijo de Magdalena You y de Juan Zozaya Pantiga, nació en Madrid el 3 de junio de 1859. Su padre llegó a ser notario pagándose los estudios con el trabajo en una tienda de ultramarinos y como copista de partituras para algunos músicos. Juan Zozaya Pantiga era aficionado a la música y parece ser que incluso llegó a tocar el violín en la orquesta del Teatro Real. Fue uno de los notarios de oficio que llevó el sumario del asesinato del general Prim en 1870, pero tuvo que dejar el caso por todas las presiones e intrigas que se consumaron con un intento de secuestro debido a la información que conocía…
Antonio Zozaya se crió en Madrid y también, por motivos de salud, pasó en su juventud unos años en Soria, ciudad que lo nombró hijo adoptivo en 1922, diez años antes de que también nombrara hijo adoptivo al poeta Antonio Machado, en 1932. Estudió Derecho y ejerció como jurista, pero abandonó pronto esta actividad, un tanto desengañado, para dedicarse a escribir crónicas en distintos periódicos, novelas folletinescas y difundir la cultura desde finales del siglo XIX. Ligado a la Institución Libre de Enseñanza, en 1879, funda la Biblioteca Económico Filosófica (BEF) que permitió acercar la filosofía a los bolsillos de los estudiantes y personas más desfavorecidas socialmente. Cuando Antonio Zozaya falleció en 1943, la BEF tenía casi 100 volúmenes.
Estas y otras muchas cosas fueron las que descubrí por Internet (1), pero lo que realmente me hizo proseguir con mis indagaciones y adentrarme en los mundos de Zozaya fue un hecho curioso, al menos para mí. Resulta que antes del verano había releído la edición actualizada de Las armas y las letras de Andrés Trapiello, un magnífico y riguroso libro, toda una referencia, sobre Literatura y Guerra Civil, y me llamó la atención que Trapiello —a quien doy mucho crédito— no mencionara ni una sola vez a Antonio Zozaya. Sí que aparecen, empero, otros escritores coetáneos que lo admiraban como, por ejemplo, los hermanos Machado, el propio Castrovido de la pierna amputada que recibió la misma Medalla de Oro que Zozaya, Pio Baroja, Pérez Galdós, Valle-Inclán, Unamuno, Echegaray, Benavente, etc. Eso me hizo pensar que algo tuvo que ocurrir para que la figura de Antonio Zozaya cayera en los fondos abisales de la preterición.
Tras mis indagaciones por la noosfera digital, comencé mi recorrido por los quioscos de la Cuesta de Moyano y por alguna madrileña librería de lance y viejo en busca de libros de Zozaya. Si exigua era la información sobre el escritor en Internet, más lo era aún la relación de sus libros, que hoy apenas pueden encontrarse. Terminé adquiriendo tres libros de Antonio Zozaya: La bala fría, una novela corta del año 1908; Ideogramas, una antología de sus mejores artículos y homenaje de sus lectores, de 1927; y Guía de Soñadores de 1936. También recorrí las calles en busca de una plaza que había llevado el nombre de Antonio Zozaya, a la altura del Cerrillo del Rastro, y que después de la Guerra Civil pasó a denominarse Plaza del General Vara del Rey. Ahí, aún hoy, en la fachada de uno de los edificios, pasa inadvertida una lápida con el busto de Zozaya, en bronce y granito pulimentado, esculpida gratuitamente por Bonome y costeada por suscripción popular en el año 1927. ¡Cuántos cientos de miles de visitantes del Rastro habrán pasado ante su busto, los domingos, ignorantes de su existencia!
En vida, Antonio Zozaya tuvo el reconocimiento de numerosísimas personas de toda clase social, orientación política y profesión. En 1903 fue la Asociación de Ciegos Españoles la que le rindió homenaje otorgándole una pluma de oro que quizás le sirviera muchos años más tarde para canjearla por comida y alimentar a su familia de camino al exilio. En 1923 fue distinguido con La Legión de Honor francesa. También los músicos y compositores de la época le rindieron homenaje en varias ocasiones llegando a ser incluso portada de la revista musical P.O.M. en enero de 1936, en la que también escribió un artículo titulado Wagner y la moderna ideología. En definitiva, ¿qué ocurrió para que se le olvidara? El exilio.
El 26 de mayo de 1939, zarpaba desde el sur de Francia el buque Sinaia con unas 1800 personas, hombres, mujeres y niños, rumbo al exilio en México. Entre aquellas personas estaba Antonio Zozaya quien emitió un discurso al pasar el barco por el estrecho de Gibraltar: «Mirad a lo lejos aquella quebrada línea oscura que se alza sobre el mar […] es la patria amada que se aleja […] ¿Cuántos podrán encontrarla redenta, emancipada, gozando de las aventuras de una verdadera democracia, en que todos los hombres […] comulguen con las ideas de paz, progreso y libertad. Adiós, patria que te alejas, adiós«. Zozaya cumplió 80 años repletos de trabajo durante aquella travesía por el océano Atlántico. Su mujer, Leona Balza Oquendo —¡vaya con los apellidos!; este Oquendo me recuerda al peruano de los 5 metros de poema de los que habla Juan Bonilla en La novela del buscador de libros—, moriría en 1940 en México; la pluma de Antonio Zozaya dejaría de escribir para siempre tres años más tarde. Su entierro fue multitudinario y el olvido le llegaría, como mueca burlona del destino, del mismo modo que le llegó el final al buque que lo había transportado al Nuevo Mundo y que sería el último mundo de Zozaya. Los Nazis requisaron el Sinaia en 1942 para convertirlo en un hospital flotante. En 1944, un año después de la muerte en México de don Antonio Zozaya You, el buque Sinaia fue echado a pique por los alemanes frente a Marsella para bloquear el paso de otros barcos de guerra. Dos años más tarde, terminada la contienda, lo reflotaron y lo desguazaron, desapareciendo para siempre. Para entonces, había comenzado ya el peregrinaje de nuestro ilustre escritor y polígrafo hacia el abismo del olvido. Hoy, tú leyendo y yo escribiendo, lo recordamos con Zeta de Zozaya.
Aviso a los navegantes: Antonio Zozaya utilizó también el pseudónimo Carlos Christian Federico Schüler. Tuvo tres hijos. Uno de ellos, Carlos Zozaya Balza (1897-1991) fue un renombrado epidemiólogo y padre del arqueólogo medievalista Juan Zozaya Stabel-Hansen (1939-2017). A fecha de hoy, tengo constancia de la existencia de dos hermanas gemelas e historiadoras, hijas de Juan Zozaya Stabel-Hansen y biznietas de Antonio Zozaya: María y Leonor Zozaya Montes.
(1) En Internet se puede consultar un texto escrito por María Zozaya Montes: “Trayectoria de un intelectual olvidado: Antonio Zozaya y You”. En: Jaime Ferrán, Madrid, nº 19 (mayo 2000); pp. 205-226.
Michael Thallium
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