Me leí la Comedia —sí, esa a la que todos «moteamos» de Divina— de Dante Alighieri (1265-1321) hace muchos años en mi mocedad de enamorado. Y no lo hice por avidez literaria, sino más bien por la pertinacia del adolescente que busca un modelo en el que cotejar amores secretos. En mi caso, ese amor secreto —tan secreto que jamás la moza objeto de mis desvelos supo de él— tenía por nombre Beatriz. Y supongo yo que por aquellos años, en algún lugar debí de leer que un tal Dante, muchos siglos atrás, había escrito un libro a su amada Beatriz. Y comparando la mía con la del poeta florentino no se me ocurrió más que zambullirme en la lectura del libro. Confieso que de aquella zambullida salí un tanto decepcionado, pues esa Divina Comedia tan venerada por la historia literaria de los siglos me resultó un auténtico pestiño. No tenía yo quizás entonces la madurez para raciocinar que la traducción que me leí era en prosa y el original italiano pura poesía del Trecento.
De aquel amor secreto, intenso y jamás revelado, no quedó más que un difuso recuerdo y algunos poemas escritos que por algún cajón o armario andarán olvidados. Tampoco sabía yo hace tantos años que la Comedia de Dante fue libro de cabecera de uno de los virtuosos del piano —quizá el más grande— del siglo XIX: Franz Liszt. Eso lo he sabido hace más bien poco al descubrir la música de una pianista española. Pero vayamos por partes, porque antes he de hablar de mi reencuentro con la Comedia muchísimos años más tarde.
Efectivamente, durante muchos años hubo una pregunta que me acompañó: ¿cómo es posible que un libro del que todo cristo habla a mí me resultara —por cierto, eso también me ocurre con Así habló Zaratustra de Nietzsche, pero eso es otra historia que no viene al caso— un pestiño? La respuesta la tuve hará unos cinco años al descubrir la traducción en verso que Angel Crespo (1926-1995) hizo de esta obra y que recomiendo a toda persona que verdaderamente quiera adentrarse en los infiernos, purgatorio y paraíso del poeta florentino y su amada Beatriz. ¡Eso sí que es poesía!
Pues bien, hace unos meses, después del recital de presentación —en el que tuve el honor de participar como maestro de ceremonias— del CD Seis sonatas y partitas para violin solo BWV 1001-1006 de Johann Sebastián Bach que el grandísimo violinista Mikhail Pochekin —con una técnica impecable y apabullante musicalidad— ofreció en el Ateneo de Madrid en 2019, entre el público se encontraba la pianista Isabel Dombriz, con quien tuve oportunidad de conversar un rato. Me preguntó que si había escuchado el CD que ella había grabado y que llevaba por título Dante. Al responderle que no, desenfundó de su bolso una copia que muy amablemente me regaló para que la escuchara. Confieso que el título Dante no fue suficiente para que me picara la curiosidad, y el CD estuvo encima de mi escritorio sin desenvolver durante varias semanas hasta que un día, por pura casualidad, me dio por escucharlo. Y la verdad es que me sorprendió muy gratamente. Las obras estaban muy bien escogidas —así como el orden intercalado en que aparecen que, si se escuchan de una tacada, resultan un todo integral— e interpretadas con mucha sensibilidad, matices sonoros y soltura técnica. Tanto es así que aquí me encuentro escribiendo de ello y tú, lector, leyendo estas palabras que quizá te muevan a escuchar la música que brota de las manos de Dombriz.
Fue escuchando este CD y leyendo las notas que lo acompañan como descubrí que la Comedia de Dante era una obra de referencia para Liszt. Tanto es así que el compositor y virtuoso húngaro escribió Après une lecture du Dante: Fantasia quasi Sonata basándose en el poema de Dante. Es precisamente esta composición la obra central de esta grabación. A Franz Liszt lo acompañan Claude Debussy, Maurice Ravel, Miguel Bustamante y Pedro Mariné. Sin quererlo, el piano de Dombriz me trajo sonoridades de Dante y recuerdos lejanos de una mocedad enamorada.
Michael Thallium
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