Nació en Orense, pero es de Allariz, su patria chica, aunque es ciudadano del mundo. Diego Fortes es, ante todo, músico. Circunstancialmente es director de orquesta, un extraordinario director de orquesta. Lo de «circunstancialmente» lo escribe uno porque, sobre todo, es un artista enorme. Así que combinen esas tres cualidades —músico, director de orquesta y artista— y ahí tienen la mitad de la personalidad de Diego Fortes. La otra mitad es más personal, más íntima, y quienes la conocemos podemos sentirnos privilegiados de contarle entre nuestros amigos: humilde, sencillo, sensible, sociable, afable, aventurero, disfrutón, prudente, generoso… Ahora combinen todas esas cualidades y obtendrán un todo indisoluble que podríamos resumir en dos palabras «músico humano». Este pleonasmo lo dice todo: no hay músico que no sea humano, pero no todos los humanos son músicos.
Diego Fortes es músico y es humano, con todos los defectos y yerros que toda persona pueda tener. No es perfecto y es muy consciente de que la perfección es el camino donde en cada alto uno va clavando el hito de la imperfección. Dicho de otro modo: Diego Fortes es un director de orquesta en constante evolución, un músico nato. Pudo haber hecho una carrera como oboísta de primerísima clase y, de hecho, la hizo. Un virtuoso de su instrumento: oboísta principal de la Orquesta de la Radio de Francia. Siendo muy jovencito recorrió los principales teatros y fosos de Europa. Luego una distonía labial le obligó a dejar una carrera fulgurante, llena de logros, como instrumentista. No es fácil desprenderse de del instrumento que te ha acompañado durante tantos años, toda una vida. Diego Fortes lo hizo y se dedicó a la otra faceta que lo acompañó desde su adolescencia: la dirección. Comenzó con bandas y más tarde pasó a dirigir orquestas sinfónicas.
Como todo buen artista —entiéndase artista como aquel que con su talento crea arte—, busca la interpretación sublime independientemente de cuáles sean las condiciones y los medios de que disponga en cada momento. Sabe estar en un discreto segundo plano, ayudando o dando protagonismo a otros, y cuando hay que brillar con luz propia, lo hace fundiéndose con la orquesta, volviéndose música él mismo. Diego Fortes, como todo buen músico, lo da todo por la música: kilómetros y kilómetros de carretera, de estudio, de reflexión, de conexión con la naturaleza y con las gentes que se cruzan en su vida. Infatigable, incansable, sabe que la verdadera labor de un director de orquesta está en los ensayos, sacando lo mejor de cada músico para lograr esa perfección inalcanzable, pero a la que hay que aspirar en constante evolución.
Da igual si se trata de música de banda, de música sinfónica, ópera o zarzuela, Diego Fortes es un músico muy completo —un delfín en el océano de la música—, un muy buen director de orquesta —un extraordinario ensayador y excelente concertador—, con muchísimo oficio, fino, detallista, que caza el sonido al vuelo para empastarlo en un todo que roza siempre la perfección sin alcanzarla, porque el obrar humano es imperfecto y lo que cuenta es aspirar al logro pleno de cada momento musical, de cada instante vital: ser testigo y parte del sublime arte de hacer música.