Sí, hasta las turmas estoy de que ante tanta ‘noticia falsa’ nadie diga ‘filfa’ y casi todos se decanten por el inglés. ¿Será porque cada vez menos amamos nuestra lengua que en España llaman algunos ‘castellano’ y en el resto del mundo ‘español’? Repitan conmigo: filfa, filfa, filfa. Y ahora, si estuvieran en una escuela de aquellas en las que había un encerado —Irene Vallejo habla en El infinito en un junco de los primeros soportes para la escritura hechos de cera; ¿llamaremos por eso a la pizarra encerado?—, escriban cien veces y con buena letra: «filfa: mentira, engaño, noticia falsa». ¡Es inútil!
Y luego leo de madrugada en un periódico Contágiate, contágiale de Andrés Trapiello o Desmontando el Estado de derecho de Elisa de la Nuez y me ocurre lo que a Santiago Ramón y Cajal cuando veía el mundo a los ochenta y dos años allá por 1934: ¡cuánto beocio anda suelto!
No me las toquen más. Las turmas, digo.
Michael Thallium
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