«He acusado las injusticias porque no quiero que mi silencio las absuelva, y las he puntualizado para darme a mí misma los ciemientos de las que hayan de ser mis futuras actuaciones políticas, tanto como para que de ellas deduzca enseñanzas la mujer.» – Clara Campoamor (1888-1972)
‘Pasmo’ tiene varias acepciones. La primera de ellas que ofrece el diccionario de la RAE es admiración y asombro extremados, que dejan como en suspenso la razón y el discurso. Hay otra, la tercera, que también me interesa ahora: rigidez y tensión convulsiva de los músculos. De pasmo viene pasmoso. En cuanto a la ignorancia, ¡ay, la ignorancia de la que no somos conscientes! Esa, es muy atrevida. Y todos sin excepción, en algún momento, hemos sido ignorantemente atrevidos.
Las palabras precedentes surgen de una insignificante reflexión que hago tras casi seis meses embebido de literatura española de la primera mitad del siglo XX y, más concretamente, de libros publicados entre 1930 y 1940, es decir, de personas que escribieron durante la II República y la Guerra Civil españolas. Y mi reflexión, que ignoro a quien puede importar, es la siguiente: «en los dos últimos años han venido ocurriendo en España acontecimientos sociales y políticos que se asemejan a algunos de los que ocurrieron entre 1931 y 1936». No voy a nombrarlos, porque considero que quien tenga oídos y ojos y sea consciente de su ignorancia, podrá en algún momento llegar a comprender a cuáles me refiero. Últimamente, menudean por las televisiones y otros medios de comunicación, algunas personas, demasiadas, hombres y mujeres, políticos, tertulianos y opinadores, feminotauras incluidas —quien quiera saber a qué me refiero con eso de feminotauras que lea La novela del buscador de libros de Juan Bonilla— que hablan vehementemente de un periodo de nuestra historia del que parecen saber más bien poco. Sírvame de ejemplo la figura de Clara Campoamor. Hay muchas personas que se llenan la boca y la perorata de «Clara Campoamor» y, a mi juicio, por lo que dicen y cómo lo dicen, concluyo que la mayoría de ellas no tienen ni pajolera idea de quién están hablando ni de lo que hizo ni de lo que dijo. Su atrevida ignorancia me deja pasmado tanto en primera como en tercera acepción de pasmo: sus palabras y actitud me producen asombro y el cabreo me embarga poniendo rígidos mis músculos. Cuando la reflexión y la profundidad escasean, los lugares comunes, la trivialidad y los tópicos abundan. A todas ellas, les recomiendo que lean. Solo eso. Bueno, eso y que después de la lectura ejerciten las neuronas como mejor les convenga.
Decía Clara Campoamor en su fantástico libro que recomiendo, La revolución española vista por una republicana, que si el porvenir trajese la victoria triunfal de los ejércitos gubernamentales (refiriéndose a los milicianos y simpatizantes del Frente Popular), ese triunfo no llevaría a un régimen democrático, pues los republicanos ya no contaban en el grupo gubernamental. El triunfo de los gubernamentales iba a ser el de las masas proletarias, y al estar divididas esas masas, nuevas luchas decidirían si la hegemonía sería para los socialistas, los comunistas o los anarcosindicalistas. Pero el resultado sólo podía significar la dictadura del proletariado, más o menos temporal, en detrimento de la República democrática. Por otra parte, si las causas de la debilidad de los gubernamentales llevasen a la victoria de los nacionalistas, éstos habrían de empezar por instaurar un régimen que detuviese los enfrentamientos internos y restableciese el orden. Ese régimen, lo suficientemente fuerte como para imponerse a todos, sólo podía ser una dictadura militar.
Teniendo en cuenta que esas palabras las escribió Clara Campoamor en 1936, tres años antes de que terminase la Guerra Civil, su honrada actitud sí que fue verdaderamente atrevida (valiente) y pasmosa (sorprendente), no como esa ignorancia atrevida y pasmosa de tantas otras personas de aquella época y de esta otra ochenta años más tarde.
Michael Thallium
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