Cuando uno mira atrás en la historia de la humanidad, uno no puede más que darse cuenta de lo importante que son los paradigmas. La primera vez que oí hablar de paradigmas fue cuando estudié las enseñanzas de Stephen R. Covey sobre cómo llegar a ser una persona más eficaz e incluso más grande. No obstante, fue muchos años antes cuando Thomas Kuhn, en su libro La estructura de las revoluciones científicas, presentó por primera vez el concepto de «cambio de paradigma»: antes que progresar de forma lineal y continua, los distintos campos científicos más bien evolucionan gracias a cambios de paradigma que abren un mundo completamente nuevo de enfoques para comprender lo que jamás antes se había considerado válido.
He de reconocer que hablar de «paradigmas» suena demasiado científico, demasiado racional, para algunas personas. Por eso, a veces evito ese término y hablo de «conjunto de creencias en el cerebro». Somos lo que creemos que somos y vemos el mundo a través de los cristales de nuestras creencias, a través de los ojos de nuestra mente. También existe una dicotomía entre, por así decirlo y simplificándo mucho, pensamiento racional (mente) y pensamiento espiritual (alma) que tradicionalmente se asocian con las culturas occidental y oriental respectivamente. Considero que esa dicotomía es infructuosa. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de comprender profundamente los distintos conjuntos de creencias independientemente de si uno lo denomina mente o alma.
Hagamos un pequeño experimento. Tomemos un mapa del mundo actual y comparémoslo con los distintos mapas del mundo que ha habido en la historia, comparemos las distintas proyecciones y perspectivas. Si hacemos este ejercicio, nos daremos cuenta de lo estrecho de miras que somos cuando se trata de comprender a las personas y el mundo.
No estoy ni defendiendo el pensamiento científico ni burlándome del pensamiento espiritual. Sin embargo, últimamente me he dado cuenta de algo muy interesante. La historia de la humanidad ha sido la de la «historia de la ignorancia». Los seres humanos hemos tendido a asignar «poderes sobrenaturales» a todo aquello que no se podía comprender o explicar. Creamos un mundo de supersticiones. Había «fantasmas» por todas partes… Veíamos fantasmas, todavía vemos fantasmas, allí donde las cosas son difíciles de desentrañar… Pues bien, ¡los fantasmas no existen!
Cualquier persona que desee comprender y potenciar a otras personas tiene que prestar especial atención tanto a su propio conjunto de creencias como a los distintos conjuntos de creencias de las personas que la rodean. Entonces uno tendrá que elaborar un nuevo mapa del mundo -uno más global y respetuoso que conduza a las tierras de la grandeza humana- y asegurarse de que ese mapa le lleva allí donde uno quiere de una forma más eficaz. Y para ello podemos emplear nuestros cerebros.
¡Los fantasmas no existen, el cerebro sí!
Y tú, ¿qué opinas?
Michael Thallium
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Este artículo, escrito originalmente en inglés, participó en un «blogatón» impulsado por Amit Nagpal en la India. Si deseas leer el artículo original en inglés AQUÍ.You can read this article on the blog Enlarge, Excel, Evolve: http://www.enlargeexcelevolve.com/2013/05/ghosts-dont-exist-brains-do.html
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