A Carmen Mondragón la conocí hacia finales de 2020 gracias a Juan. Fue en noviembre cuando la conocí. Ese año fue un buen año para mí. Fue el año en que más libros leí en mi vida. Tuve tiempo para ello y nadie me molestó. Carmen tenía otro nombre que se lo puso un amante suyo, 18 años mayor que ella, un vulcanólogo mexicano que también pintaba y escribía. Carmen era, igualmente, mexicana. Juan es español, gaditano de Jerez de la Frontera, aunque ha muchos años ya que vive en Mairena del Aljarafe, pueblo del que quiere ser poeta. Si no es por él, a Nahui Olin jamás la hubiera conocido. Nahui Olin fue el nombre que le puso a Carmen Mondragón su amante, el Dr. Atl. En México quienes aún la recuerdan —si es que se acuerdan de ella—, la conocen por Nahui Olin. También es pintora y tiene unos ojos verdes preciosos. Juan la conoció porque se la regaló Tomás Zurián, que fue quien realmente la descubrió, la restauró pieza a pieza, se enamoró de ella y la sacó de la preterición. Juan nos la regaló a mí y a todos enmarcándola en la totalidad sexual del cosmos que alberga una apasionada historia de amor. Gracias a Juan, ahora me he dado cuenta de que poseo una extraña habilidad que me hace viajar más allá incluso de la totalidad sexual del cosmos, una rara cualidad mediante la cual puedo recordar todas y cada una de las vidas que han existido en el planeta Tierra. Desde que en noviembre de 2020 conocí a Nahui Olin, vago por una infinitud sensual del cosmos de la que no puedo sustraerme. Vivo recordando con total intensidad todas y cada una de las vidas humanas que me precedieron. A Juan nunca lo he visto en persona, solo nos conocemos por escrito. Su libro no es un libro más en las páginas de la vida. A él le debo la adquisición de este extraño superpoder que me tiene pasmado…
Michael Thallium
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