Este artículo lo escribí originalmente hace ya algunos años, en mayo de 2005. La situación en España —y en el mundo— era ligeramente distinta, pues E.T.A. anunció que renunciaba a las armas el 20 de octubre de 2011. La relectura de lo que escribí entonces me ha llevado a publicarlo ahora, porque considero que mis reflexiones siguen vigentes si se les sacude el polvo del paso de los años. En la fecha en que publico este artículo, parece que hablar de «terrorismo» es hablar de «terrorismo islámico». Puede que hayan cambiado los calificativos y los nombres de algunas personas, pero el terrorismo sigue siendo lo mismo doce años más tarde. De aquellos polvos, estos lodos…
Sé que afirmar que la lengua es el mejor medio para conocer la historia, la sociedad y la política resultará, para algunos pocos, una perogrullada y, para otros muchos, un despropósito. No voy a pecar de extremoso y admitiré que puedan existir mejores medios, pero la lengua —y, por tanto, el lenguaje y la comunicación— es el que más me interesa. En estos momentos en los que los argumentos políticos me aburren, los argumentos lingüísticos, como poco, me entretienen.
No descubro nada nuevo si afirmo que las palabras son la droga más eficaz. Sabemos que los medicamentos son drogas y sirven, en muchos casos, para salvar vidas; también lo es la cocaína, aunque su uso pueda conducir a la muerte. La manipulación verbal produce efectos varios: sedantes, excitantes… Ya dije que no iba a ser extremoso, así que no afirmaré que esta manipulación salva vidas ni que acaba con ellas si bien es cierto; tan solo cambia conductas o las arruina. Además, la manipulación verbal no deja huellas. Rectifico, deja unas huellas muy hondas, pero muy difíciles de rastrear. Es como esos venenos que matan y no dejan restos en la sangre.
Sin embargo, yo no quería hablar de manipulación sino de palabras; en concreto, de una: terrorismo. Esta palabra se incorporó oficialmente al español en el año 1869. El diccionario de la RAE de aquel año la definía así: “Dominación por el terror. Es voz de uso reciente.” Quince años más tarde, en 1884, se suprimió de la definición lo de “es voz de uso reciente”, y se sancionó el uso de una nueva palabra, terrorista, definiéndola como aquel que es “partidario del terrorismo”. Transcurridos cuarenta años desde aquella fecha, en 1925 se añadió una segunda acepción de terrorismo: “sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror”. Casi sesenta años más tarde, en 1984, coincidiendo con el incipiente régimen democrático español, aumentó el número de acepciones de la palabra terrorista: 1) persona partidaria del terrorismo; 2) que practica actos de terrorismo; 3) perteneciente o relativo al terrorismo; 4) dícese del gobierno, partido, etc., que practica el terrorismo. Apenas un año más tarde, en 1985, se modificó también el lema terrorismo: 1) dominación por el terror; 2) sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror; 3) forma violenta de lucha política, mediante la cual se persigue la destrucción del orden establecido o la creación de un clima de temor e inseguridad susceptible de intimidar a los adversarios o a la población en general. Sin embargo, esta última acepción se eliminó en 1992, año del quinto centenario del descubrimiento de América y de las olimpiadas de Barcelona. El actual diccionario de la RAE define terrorista como 1) que practica actos de terrorismo; 2) perteneciente o relativo al terrorismo. La palabra terrorismo: 1) dominación por el terror; 2) sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror. No obstante, este artículo está enmendado, y en la próxima edición del diccionario, la vigésima tercera, se aumentará con la siguiente acepción: actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.
Hasta aquí, lo que ha dicho este diccionario a lo largo de 136 años. Pero ¿cuál es el origen de la palabra terrorismo? El concepto de terrorismo tiene sus raíces en el asesinato, el regicidio y el tiranicidio. Sin embargo, el origen de la palabra terrorismo se remonta a la Revolución Francesa, época en que eran frecuentes las ejecuciones por motivos políticos. Según la primera acepción del Oxford English Dictionary es “gobierno mediante intimidación, como el que ejercieron los que poseían el poder en Francia durante la Revolución de 1789-1797”.
Comenzaba este escrito hablando de la manipulación y del efecto sedante o excitante de las drogas. Ya he comentado en alguna ocasión que en la poesía se encuentran las más bellas y seductoras manipulaciones del lenguaje. El terreno sentimental es el más fecundo para los facundos. No en vano, los políticos —toda generalización es imprecisa, pero que cada cual generalice según convenga— apelan al sentimiento popular y a las grandes palabras como libertad y justicia, entre otras muchas, para conseguir su esperado fin: convencer a sus votantes y vencer a sus adversarios.
Estos tres últimos días se ha debatido mucho en el parlamento de España sobre terrorismo y lucha antiterrorista. En la trifulca protagonizada por el partido del gobierno y el principal partido de la oposición durante el debate sobre el “talante” de la Nación —corrijo, sobre el estado de la Nación. El Sr. Rodríguez y el Sr. Rajoy se enfrentaron y mostraron su desacuerdo en la forma para acabar con el grupo terrorista vasco conocido como E. T. A. Los medios de comunicación han hecho titular de una frase del presidente del Gobierno: “con el PP ya solo compartimos el dolor por las víctimas”. Hete ahí una apelación al sentimiento popular para evitar decir frases más contundentes del estilo a “con el PP no estamos de acuerdo en como terminar con E.T.A.” o “con el PP no compartimos nada”. Se habla de “normalización”, “pacificación” y “tregua” del País Vasco. Que yo sepa, no hay una guerra entre el País Vasco y España. ¿Por qué se emplean, cada cuatro por seis, las palabras “tregua” y “pacificación”? Acabar con el crimen organizado y la delincuencia tiene poco que ver con pacificar. Quien mata y organiza un asesinato comete un crimen y un delito. Los delincuentes delinquen, es decir, comenten delitos y por eso, se les juzga y, si procede, se les envía a la cárcel donde cumplen con el castigo que les corresponda según la ley. Un terrorista que mata a alguien, por lo general a sangre fría, comete un crimen y, por tanto, es un criminal, además con el agravante de intimidar a otros para que cambien su forma de vida o sus ideas políticas.
Los políticos tendrían que llamar a las cosas por su nombre y dejarse de eufemismos. Sería más conveniente que hablasen de apresar a los criminales e imponer las penas en función del crimen cometido. E.T.A. no mata, son los etarras quienes matan. E.T.A. son las siglas detrás de las que se esconden unos criminales para intimidar a sus adversarios y a la población en general. Para que luego digan que las palabras no tienen valor.
En 2017, la R.A.E. define terrorismo como: 1) dominación por el terror; 2) sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror y 3) actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos.
Michael Thallium
Global & Greatness Coach
Reserva tu proceso de coaching aquí
También puedes encontrarme y conectar conmigo en:
Facebook Michael Thallium y Twitter Michael Thallium