Artículo original en inglés escrito por Pamela Gerloff.
Adaptación al español por Michael Thallium
Mientras que la muerte de Osama bin Laden se celebra con entusiasmo en todos los EE.UU. y otras partes del mundo, seguramente que muchos considerarán una heregía decir que ese júbilo está fuera de lugar. A pesar de ello, lo digo, porque se necesita decirlo. Lo que estoy tentada a decir es esto: Conteneos, celebrantes. ¿Tan poca decencia tenéis?
Comprendo perfectamente que quienes sufrieron los atentados del 11 de septiembre se sientan aliviados, incluso felices, de cerrar capítulo después de 10 años esperando “que se haga justicia” – y no tengo nada en contra de esos sentimientos. Cerrar capítulo es un anhelo natural y, ciertamente, puede servir para que las personas superen un grave trauma. Y los sentimientos son sentimientos. Si sientes alegría, sientes alegría.
Pero la celebración está fuera de lugar, no importa cuáles sean los sentimientos de júbilo. Y aquí va el porqué.
«Celebrar» la muerte de cualquier miembro de nuestra especie -por ejemplo, coreando “¡USA!” y cantando el himno nacional alrededor de la Casa Blanca o manifestándose jubilosamente en las calles- es una violación de la dignidad humana. Independientemente del grado percibido del “bien” y del “mal” en cada uno de nosotros, todos somos, cada uno de nosotros, humanos. Celebrar la muerte de una vida, cualquier vida, es faltar al honor de la inviolabilidad inherente a la vida.
Muchas personas argumentarán que Osama bin Laden no respetó la inviolabilidad de la vida de los demás, pero yo digo: “Bueno, ¿y qué?” Lo que nos hace humanos es nuestra capacidad de elegir nuestro propio comportamiento. Más concretamente, es nuestra capacidad de devolver bien por mal, amor por odio, dignidad por indignidad. Mientras que algunos consideran que Osama bin Laden ha sido la personificación del mal, sin embargo, era un ser humano. Una respuesta más adecuada a su muerte hubiese sido llorar las muertes y tragedias que condujeron a la muerte violenta de bin Laden, así como a las muertes violentas de otros miles que intentaron eliminarlo de la faz de la Tierra; sentir compasión por cualquiera que por su puesto en el ejército o en el gobierno, estadounidense o de cualquier otra nacionalidad, ha tenido que desempeñar un papel en la muerte de otro.
No somos una especie pacífica y tampoco somos una nación pacífica. La celebración de esta muerte en todo el país llama la atención sobre estos hechos.
La muerte de Osama bin Laden nos da la oportunidad de preguntarnos: ¿Qué tipo de nación y que tipo de especie queremos llegar a ser? ¿Queremos llegar a ser una especie que honra la vida? ¿Queremos llegar a ser una especie que personifica la paz? Si eso es lo que queremos, entonces tenemos que empezar a examinar nuestros propios corazones y acciones y comenzar a evolucionar conscientemente en esa dirección. Podríamos empezar por no celebrar la muerte de otro.
Es difícil no pensar que algo de ese impulso de celebrar “haber hecho justicia” posiblemente contenga cierto placer de venganza -no solo “cerrar capítulo”, sino «desquitarse”. El mundo no es más seguro con el violento fallecimiento de Osama bin Laden (las amenazas están aumentando, no disminuyendo), así que no hay ningún motivo de celebración; el mal no ha sido finalmente erradicado de la Tierra, así que no hay razón para el júbilo a ese respecto. La Guerra contra el Terror continúa, así que tampoco se ha cerrado capítulo. Lo cierto es que “celebrar la justicia” cuando se mata a alguien -como ocurre habitualmente en las guerras entre las bandas callejeras de algunas ciudades de Estados Unidos- solo incita a más deseos de venganza que, desde el punto de vista de “la otra parte”, normalmente se llama “justicia”
Piénsalo. Si para obtener “justicia” otro gobierno matara a un líder de nuestro país por sus actos de agresión en la Guerra contra el Terror de la manera en que se ha matado a Osama bin Laden – y se viera a la gente de ese otro país coreando el nombre de su país, cantando el himno nacional y manifestándose en las calles-, los estadounidenses se sentirían más enfermos que alegres, ¿no te parece? El impulso de celebrar una muerte depende del lado en que estés.
Solamente tendremos paz cuando paremos este ciclo de júbilo por los actos de violencia.
¿Quién parará este ciclo? Si no somos nosotros, ¿quién lo hará? Si no somos ni tú ni yo, ¿quién será?
“No preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti.” (John Donne)
© 2011 del original en inglés por Pamela Gerloff
© 2011 de la adaptación al español por Michael Thallium
La Dra. Pamela Gerloff es co-autora con Robert W. Fuller, de «Dignity for All: How to Create a World without Rankism» (Berrett-Koehler).
Article written by Dr. Pamela Gerloff. Originally published in The Huftington Post
While the killing of Osama bin Laden is being enthusiastically celebrated throughout America and parts of the world, to say that such merriment is out of order will surely be considered heresy. Nonetheless, I’m saying it — because it needs to be said. What I am tempted to say is this: Get a grip, celebrators. Have you so little decency?
I do understand how those who have suffered from the events of 9/11 may feel relieved, even happy, to have «closure» after 10 years of waiting for «justice to be done» — and I don’t quarrel with such feelings. Closure is a natural yearning and can certainly help people move on from serious trauma. And feelings are feelings. If you feel joyful, you feel joyful.
But celebration is not in order, no matter what your feelings of elation. Here’s why.
«Celebrating» the killing of any member of our species — for example, by chanting «USA! USA!» and singing «The Star Spangled Banner» outside the White House or jubilantly demonstrating in the streets — is a violation of human dignity. Regardless of the perceived degree of «good» or «evil» in any of us, we are all, each of us, human. To celebrate the killing of a life, any life, is a failure to honor life’s inherent sanctity.
Plenty of people will argue that Osama bin Laden did not respect the sanctity of others’ lives. But I say, «So what?» What makes us human is our ability to choose our own behavior. More specifically, it is our capacity to return good for evil, love for hate, dignity for indignity. While some consider Osama bin Laden to have been the personification of evil, he was nonetheless a human being. A more appropriate response to his killing would be to mourn the many tragedies that led up to his violent death, as well as the violent deaths of thousands in the attempt to eliminate him from the face of the Earth; to feel compassion for anyone who, because of their role in the military or government, American or otherwise, has had to play any role in killing another.
We are not a peaceful species. Nor are we a peaceful nation. The celebrations of this killing throughout the country draw attention to these facts.
The death of Osama bin Laden gives us an opportunity to ask ourselves: What kind of nation and what kind of species do we want to be? Do we want to become a species that honors life? Do want to become a species that embodies peace? If that is what we want, then we need to start now to examine our own hearts and actions, and begin to consciously evolve in that direction. We could start by not celebrating the killing of another.
It is hard not to think that some of the impulse to celebrate «justice being done» may also contain a certain pleasure in revenge — not just «closure» but «getting even.» The world is not safer with Osama bin Laden’s violent demise (threat levels are going up, not down), so no cause for celebration there; evil has not been finally removed from the Earth, so no reason for jubilation on that count. The War on Terror goes on, so there is no closure in that regard. The truth is that «celebrating justice» when one person is killed — as happens regularly in the gang wars of American cities — only incites further desire for revenge, which, from «the other side’s» viewpoint, is usually called «justice.»
Think of it. If a leader in our country were killed by another government in the manner in which Osama bin Laden was killed, as «justice» for his acts of aggression in the War on Terror — and people from that other country were shown proudly chanting the country’s name, singing their national anthem, and demonstrating in the streets — Americans would likely feel more sickened than joyful, don’t you think? The impulse to celebrate a death depends on what side you’re on.
We will only have peace when we stop the cycle of jubilation over acts of violence.
Who will stop the cycle? If not us, who? If not you and I, who will it be?
«Do not ask for whom the bell tolls.
It tolls for thee.» (John Donne)
© 2011 by Pamela Gerloff
Dr. Pamela Gerloff is co-author, with Robert W. Fuller, of Dignity for All: How to Create a World without Rankism (Berrett-Koehler).