(Original alemán: Iota; adaptación española: Michael Thallium)
Berlín, febrero de 2012
El otro día quedé con Karl, a quien conocí hace poco. Estaba ilusionada con él y con el encuentro. Para mí las personas nuevas son siempre una oportunidad para desvelar mundos vividos nuevos. Me llené de expectación y curiosidad.
Sorprendentemente, Karl no vino solo. Como estoy abierta a los nuevos encuentros, fue una toda una coincidencia, aunque sabía que los sistemas triples resultan complicados. A su amigo ya lo había visto en alguna parte. El encuentro transcurrió a dos bandas: con él pero también con el otro, tal y como yo había pensado. Era yo misma quien frecuentemente tomaba la palabra para tener temas de conversación. Lo raro del caso era que el amigo pasaba la mayor parte del tiempo debajo de la mesa y, en lugar de hablar, gruñía una y otra vez. No sé que estaría buscando ahí abajo. En cualquier caso, ambos sabían escuchar bien. Hoy en día esto es ya algo muy raro. Después de una hora, tuvieron que marcharse urgentemente, y yo anduve deambulando por las calles hasta llegar a casa.
Más tarde, mi compañera de piso me preguntó sobre los detalles del encuentro. Yo le hablé de Karl. Como durante el encuentro él miraba frecuentemente hacia su regazo, ambas interpretamos que era un tipo introvertido. No hablaba mucho, pero mis historias activaban su lenguaje corporal. Me encantaría volver a encontrarme a solas con él y pasar más tiempo juntos, pues he conocido más su exterior que su interior. Si no vi mal, tenía un pelo largo y oscuro, dulcemente rizado, que le enmarcaba suavemente la cara, una barba aseada de tres días y unas cuantas pecas. Creo que los ojos eran oscuros, llevaba una camiseta clara y mantenía los brazos bajo la mesa todo el tiempo. La verdad es que no era un zalamero, lo que a mí y a mi compañera de piso nos resultó agradable. No vi muy bien su cara.
El amigo le tenía abstraído bajo la mesa, lo solicitaba y reclamaba incesantemente, exigía continuamente algo que Karl debía hacer y que, de hecho, hacía. Era como una especie de amor entre los dos. Karl lo observaba todo el rato. El amigo era un Smartphone que escondía en su regazo de la vista de los demás. Al fin y al cabo, dentro de esa envoltura de plástico, su vida entera estaba unida a números de teléfono, citas, fotos, Internet, despertador, reloj, sms, Skype, etc. Karl había integrado todo en su Smartphone, en vez de integrar el Smarphone en su vida. Si se le perdiera, Karl estaría perdido, su vida. No me extraña que no le quitara los ojos de encima.
Iotta
Adaptación del alemán al español: Michael Thallium
Berlin, Februar 2012
Letztens verabredete ich mich mit Karl, jemandem den ich vor kurzem kennen gelernt hatte, ich freute mich auf ihn und das Treffen. Neue Menschen bedeuten für mich immer die Chance, neue Lebenswelten zu entdecken. Voller Erwartung und Neugier brach ich also auf.
Unverhofft brachte Karl noch jemanden mit. Da ich für neue Begegnungen offen bin, war das ein schöner Zufall, obwohl ich wusste, dass Dreierkonstellationen kompliziert sein können. Seinen Freund hatte ich auch schon mal irgendwo gesehen. Das Treffen nahm durch ihn aber auch einen anderen Verlauf, als gedacht. Ich habe ganz oft das Wort selbst ergriffen, so dass wir Gesprächsthemen hatten. Sein Freund befand sich komischerweise die meiste Zeit unter dem Tisch und statt zu sprechen, brummte er immer eher. Ich weiß nicht, was er da unten suchte. Auf jeden Fall konnten beide gut zu hören. Heutzutage ist das ja auch selten geworden. Nach einer Stunde mussten sie dringend los und ich schlenderte nach Hause.
Später fragte mich meine Mitbewohnerin nach den Details des Treffens. Ich erzählte ihr von Karl. Da er während des Treffens sehr oft scheinbar verlegen auf seinen Schoß geschaut hatte, interpretierten wir, dass er eher der introvertierte Typ ist. Er erzählte wenig, aber reagierte körpersprachlich auf meine Geschichten. Gern würde ich mich noch mal länger zu zweit mit ihm treffen, denn so hab ich mehr über sein Äußeres, als sein Inneres erfahren. Er hatte sanft gelockte längere dunkle Haare, die sein Gesicht weich umrahmten, einen gleichmäßig gewachsenen und gepflegten 3-Tage- Bart und ein paar Sommersprossen, wenn ich das richtig gesehen habe. Seine Augen waren vermutlich dunkel, er trug ein helles T-Shirt und behielt seine Arme die ganze Zeit unter dem Tisch. Aufdringlich war er also wirklich nicht, was ich auch schon mal sehr sympathisch fand und meine Mitbewohnerin auch. Sein Gesicht habe ich gar nicht so richtig gesehen.
Sein Freund hatte ihn unterm Tisch befindlich oft abgelenkt. Er brauchte Karl pausenlos und vereinnahmte ihn sehr. Dauernd brummte er irgendwas, was Karl dann machen sollte und machte. Irgendwie war es eine Art Liebe zwischen den beiden. Karl beobachtete ihn die ganze Zeit. Sein Freund war sein Smartphone, dass ihn auf seinem Schoß liegend nicht aufschauen ließ. Schließlich war sein Leben mit Telefonnummern, Terminen, Fotos, Internet, Wecker, Uhr, SMS, Skype usw. komplett in dieser Plastikhülle vereint. Er hatte es in das Smartphone integriert, statt das Smartphone in sein Leben. Würde es verloren gehen, wäre er verloren, sein Leben. Kein Wunder, dass er es nicht aus den Augen lassen konnte.
Iotta